Nicholas Carr: ¿Google nos vuelve estúpidos?
- Laura Riera
- 13 may 2018
- 5 Min. de lectura
Actualizado: 28 may 2018
"El Apocalipsis había llegado, silencioso, decadente, sin bombas atómicas ni estallidos sociales, conjugando un mundo hipertecnologizado con un paulatino deterioro de las condiciones de vida".
Horacio Moreno, Cyberpunk: Más allá de Matrix
13/05/2018 Laura Riera

El discurso de Sergey Brin (cofundador de Google) y su tremebunda afirmación: “Con seguridad que si tuviéramos toda la información del mundo directamente conectada a nuestro cerebro o a un cerebro artificial más inteligente que el nuestro, estaríamos mejor” nos sitúa en un escenario temido y largamente anticipado por la tradición distópica y el cyberpunk, géneros cultivados por las civilizaciones occidentales más avanzadas donde destacan figuras como Orwell, Huxley, Bradbury o Italo Calvino a nivel literario y cineastas como David Cronenberg, Truffaut o Ridley Scott, por citar algunos . Esta tradición, como bien recoge Moreno en su libro, Cyberpunk: Más allá de Matrix -un interesante estudio de los temas distópicos y antiutopias tratados en el cine y la literatura a partir de mediados del siglo XX- alerta sobre los peligros una sociedad hipertecnologizada y deshumanizada en la que la IA y el uso de las nuevas tecnologías como Internet reconfigurarían no sólo nuestra manera de ver y entender el mundo, comunicarnos, etc. sino nuestro mismo cerebro, como ya alertaron McLuhan y los defensores de las tesis del determinismo tecnológico. Para acabar “reconfigurando nuestra carne” -como muestra David Cronenberg en películas como “ExistenZ” o “Videodrome”.
Resulta obvio cuál será entonces mi respuesta sobre la pregunta planteada: ¿Nos está volviendo Google estúpidos? Rotundamente sí.
Siguiendo con las imágenes, he escogido dos que me parecen muy ilustrativas y que reflejan mi posición, que algunos no dudarán en tachar de tecnófoba o apocalíptica; pero así es como yo intuyo, siento y constato con nuestras prácticas diarias, que están actuando ciertas tecnologías sobre la sociedad y sobre mí misma.

Como comenta Carr en el artículo, “el uso de internet afecta a la cognición” aportando opiniones tan alarmantes como la de Wolf que afirma lo siguiente “el tipo de lectura que promueve la red (…) da prioridad a la eficacia y a la inmediatez (…) debilitando nuestra capacidad para la lectura en profundidad” y “tendemos a convertirnos en “meros decodificadores de información” ya que “nuestra capacidad para interpretar el texto (…) se desconecta en buena parte”. La cantidad y la rapidez sustituye con herramientas como Google a la calidad y a la búsqueda intelectual y contemplativa, por no hablar de la enorme adicción que provoca encontrar datos en un tiempo record en vez de realizar investigaciones profundas en bibliotecas por ejemplo; a propósito de esto, ¿Alguien se acuerda de cómo era sumergirse en una materia buceando en una lista de ricas y diversas referencias bibliográficas? O ¿Disfrutar leyendo sin entrar en la espiral narcotizante del hipervínculo? Si somos sinceros pocos podríamos responder afirmativamente.
Es mucho lo que está en juego, porque disponer de conocimientos no supone solamente tener información fragmentaria y abundante sobre diversos temas; conocer implica reflexionar, interpretar, analizar aportando a lo nuevo parte de nuestro bagaje y mirar desde otras perspectivas con luz nueva aportando matices caleidoscópicos a lo ya aprendido, supone tejer el tapiz de nuestros conocimientos con los hilos y bolillos de nuestra sensibilidad y manera de ver las cosas; en definitiva, redescubrir a cada paso el mundo y a nosotros mismos. Porque el proceso de aprender es performativo y no acumulativo.
Y ¿Dónde queda entonces el ideal ilustrado que tanto ha ensalzado a internet como la democratización del acceso al conocimiento? Queda reducido a lo que es, una falacia que encubre a una estrategia de marketing perfectamente orquestrada por las empresas del sector tecnológico para que todos seamos consumidores de sus productos. Carr apunta en esta dirección cuando afirma en su artículo que, para Google, “la información es (…) materia prima, un recurso utilitarista que puede explotarse y procesarse con eficacia industrial”.
Dónde muchos ven arquitectura de la participación yo veo conocimiento inconexo y fragmentario, útil pero siempre necesitado de nuestra aportación constructiva al consumirlo. El problema reside en la fragmentación y el mal uso que hacemos de ella ya que la rapidez de consulta impide que creemos mosaicos de conocimiento ricos, quedándonos en un saber superficial e ingenuo; convirtiéndonos en “ciudadanos naifs” fácilmente manipulables por los poderes fácticos y lo que es peor, pensando que tenemos la panacea para ser unos ciudadanos informados y conscientes a un solo click.
Como apunté en un artículo Bienvenidos a la era del “no lugar” y del “no yo, “la condición posmoderna se sustenta en el poder hegemónico de la sociedad capitalista: el poder de quien domina la información”, como argumentó el filósofo Jean-François Lyotard en su imprescindible La condición posmoderna. Según sus postulados y bajo mi punto de vista “el poder ya no se sustenta en la economía, ni tan siquiera en los agentes políticos; el poder viene determinado por la gestión/manipulación y segmentación de la información. El fordismo ya condujo a la segmentación de la fuerza del trabajo, alienando al obrero. La alienación en la posmodernidad se fundamenta en la homogeneización de los individuos”, como también comenté en mi artículo.

Por lo tanto, Google no sólo nos está volviendo estúpidos, este buscador y otras herramientas como las redes sociales están alterando nuestra manera de aprender y de relacionarnos creando un nuevo y aterrador paradigma con unas consecuencias de las que todavía no somos realmente conscientes. Porqué como afirma Moreno: “Si los individuos satisfacen sus necesidades con una relación dada a través de las imágenes (medios de comunicación) o teniendo una relación virtual con el mundo y su historia, la individualidad está en grave peligro”. Son muchas las amenazas a las que nos enfrentamos si no sabemos atribuirle a la tecnología el lugar que le corresponde en nuestras vidas. Debemos entenderla como una herramienta para facilitar tareas como el estudio, la investigación o incluso el ocio, evitando sobre todo que se convierta en un tirano que constriñe nuestras facultades y nos aliena creando nuevas necesidades (estar conectado, tener lo último en aplicaciones, etc).
Para acabar quisiera comentar un interesante capítulo de la serie británica Black Mirror, en el que los individuos de un futuro no muy lejano tienen implantado un dispositivo/memoria artificial que les permite acceder siempre que quieran a los recuerdos (imágenes, vídeos) de aquello vivido. ¡Qué herramienta tan útil! pueden pensar muchos. Donde ellos ven utilidad yo veo perversión, ya que un dispositivo como este o por el que abogaba Brin (IA conectada directamente a nuestro cerebro) arrebataría algo demasiado precioso para el ser humano. Éste se vería despojado del acto de rememorar, de la magia de revisitar sus recuerdos; por ejemplo, idealizando su primer amor o añadiendo toques épicos a una excursión convirtiéndola en toda una aventura, etc. Todo ese proceso, que nos hace humanos y nos diferencia de las máquinas sería aniquilado.
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